martes, 2 de noviembre de 2010

La imagen oculta en “Los embajadores” de Holbein

Este verano tuve la suerte de visitar otra vez Londres. Aproveché la estancia para hacer todas las cosas que se me habían quedado en el tintero en mi anterior visita, y una de ellas fue el recorrido por la National Gallery. Yo iba como loca por ver, de nuevo, a mi adorada “Venus del espejo”, de Velázquez (ya logré verla cuando la trajeron a Madrid para la exposición antológica sobre el genio sevillano que organizaron hace 15 años o más), y al misterioso “Matrimonio Arnolfini”, de van Eyck, pero me encontré además con otras joyas, como el resto de cuadros que los güiris tienen de Velazquez y de otros importantes pintores patrios. Pero sin lugar a dudas lo que más me fascinó, porque entre otras cosas, dentro de mi “incultura general” ni siquiera sabía que existía, fue el cuadro “Los embajadores”, de Holbein. Holbein es el autor de la imagen que todos teníamos en mente de Eduardo VIII, grande, gordo y con papada, hasta que el hermossisisisimo Jonathan Rhys Meyers lo encarnó en Los Tudor. En “Los embajadores” Holbein retrata a dos diplomáticos de la época, nada menos que el siglo XVI, en un cuadro lleno de simbolismos y mensajes ocultos. Y aquí viene lo increíble: lo que más llama la atención en la imagen es una especie de mancha que hay en la parte baja del lienzo. Si miras el cuadro de manera perpendicular al extremo izquierdo del marco, sigue pareciendo una mancha, pero si lo haces desde el extremo derecho puedes ver claramente, y casi en tres dimensiones… ¡Una calavera! Vivir para ver… este tipo, en 1533, ya fue capaz de hacer, con un lienzo, unos pinceles y unos óleos, una especie de holograma. Investigando en Internet, he aprendido que ese efecto óptico se llama “anamorfismo”. Si tenéis oportunidad de ir a Londres, no dejéis de ir a verlo.



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