Basta ya de tanta hipocresía televisiva. Los telespectadores mienten más que los políticos, que ya es decir. Si le preguntas a cualquier persona si ve los documentales de La 2 todos dirán que sí, pero vaya hombre, si tiras de audiencias resulta que este espacio las tiene por los suelos, y no nos engañemos, la gran (poca) mayoría de los que los sintonizan lo hacen para alcanzar el estado REM en la siesta lo más rápidamente posible. Es igual que cuando le preguntas a cualquier dueño de perro que si recoge las “caquitas” de su can: todo responden al unísono “¡Yo siempre!”. Vaya, pues haber si cogen pronto al “responsable” de todas las minas anti-persona que hay por las calles de Madrid… Pero volviendo al tema que nos ocupa, quiero romper una lanza a favor de “El diario” –programa anteriormente conocido con el subtítulo de “de Patricia”–. Pues eso, que lo voy a proclamar a los cuatro vientos: yo lo veo y, lo que es mejor, me gusta. Y no, no soy ninguna maruja aburrida que no tiene otra cosa que hacer. Soy una licenciada madrileña de taitantos años que ríe a carcajadas de vergüenza ajena cuando salen makineras que dicen que se han quedado embarazadas por una inyección que le puso un médico (testimonio verídico), o que llora a moco tendido cuando una madre quiere dar las gracias a su hija por sacar adelante a su hermanita pequeña cuando ella tenía que trabajar en tres sitios a la vez para sacarlas adelante, como me pasó ayer. Y tanto si río como si lloro me quedo más ancha que larga y descargo todas las tensiones del día. Qué queréis que os diga, para mí la tele es un instrumento maravilloso de entretenimiento, pues para aprender ya están los libros. El que quiera que siga a Punset en “Redes”, si es que hay alguien que lo haga que no sufra de insomnio, pero yo, después de todas las complicaciones del día a día, de la caja tonta solo espero eso, tontadas. (NOTA: Toda regla tiene su excepción: las películas, que además de entretener hacen pensar).
Río Salvaje (Wild River, 1960)
Hace 2 semanas
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